lapsus
Estamos en un hotel de primera línea, en el que ella es jefa. Me saluda acariciándome una mejilla mientras me da un beso en la otra. Luego me hace pasar a un gabinete con una camilla, toallas, almohadas especiales y olor a cítricos. De eso habla en seguida: de aromas. Después de frutas, de terapias, de piedras tibias sobre los nudos y los chacras. Habla relajada, como si fuésemos amigos, pero mira de reojo el grabador, con su lucecita roja. Más tarde me pedirá que lo apague para hacerme una confidencia, aunque ya le expliqué que el registro es sólo para no tener que anotar todo lo que se diga.
Ella es natural, y espiritual, y comprensiva, y práctica, y seria. Ella es seria: eso es lo más importante -me cuenta-, ser serio en lo que uno hace. No importan las diferencias. "Fijate que para mí -dice-, ya no hay... ya no hay... me sale 'razas sociales', pero no es eso... ¡clases sociales!". Es un lapsus, claro.
Ella es natural, y espiritual, y comprensiva, y práctica, y seria. Ella es seria: eso es lo más importante -me cuenta-, ser serio en lo que uno hace. No importan las diferencias. "Fijate que para mí -dice-, ya no hay... ya no hay... me sale 'razas sociales', pero no es eso... ¡clases sociales!". Es un lapsus, claro.
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