decisiones


El sol de media tarde cae sobre el parque. A unos metros de donde estoy sentado un hombre y un nene juegan a patearse una pelota verde de goma. La pelota es liviana, y el viento influye en su trayectoria cuando se levanta un poco del pasto. El hombre es pelado, canoso y calza mocasines. Debe tener unos cincuenta y cinco años. Todo eso, sus anteojos de sol, y su abrigo con corderito en el cuello me hacen imaginarlo dando órdenes en una comisaría.
No creo que el nene tenga más de seis años. Le explica al hombre cómo tiene que patear. Parece su nieto. Le dice papá.
El hombre sobreactúa su entusiasmo y su sorpresa frente a cada patada que el chico le pega a la pelotita verde. "Esa fue muy buena, Fran", le dice. "¡Uh!, ésa fue muy buena".
De pronto el nene tiene una idea:
- ¡Vamos a jugar partido!- dice-. ¿Vos qué equipo sos?, ¡yo soy España!
- Yo soy Sudáfrica-, dice el hombre. Mira la pelotita verde, ahora delante de su mocasín derecho, y piensa. -¡No!- se corrige- soy Rusia.
Patea la pelotita.
La rectificación, pienso, fue su primer gesto genuino en esa escena; su primera conducta para sí, y no para el chico. Fue, además, una actitud profundamente infantil. Me pregunto qué se jugaba en esa decisión.

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