Las conquistas de Valentino VIII: El cuerpo
Viene de acá.
El ambiente intentaba parecer higiénico. Los pisos estaban lustrosos, el metal de las infinitas estanterías con cajones reflejaba a su modo las siluetas de quienes estábamos allí. El olor de los productos desinfectantes, sin embargo, no consegía ocultar los efectos de la descomposición en la carne muerta.
La sala, que había imaginado penumbrosa, brillaba en cambio bajo los tubos de neón.
Mis piernas temblaban frente a la compuerta veintitres. Hasta allí me había acompañado un joven parco, que apenas había atendido a mis explicaciones para ver el cuerpo.
Maquinalmente, casi con desdén, tiró del cajón y lo dejó deslizarse hacia fuera. La tabla se combó y pensé que iba a quebrarse, pero no sucedió, y el muchacho ni siquiera pareció inquietarse.
Una bolsa opaca cubría un bulto enorme, en el que costaba reconocer a un cuerpo humano.
Sin pausas, sin dramatismo, el muchacho corrió el cierre de la bolsa, y se retiró dos pasos. Una punzada me atravesó el vientre y tuve que apoyarme sobre la tabla para no caer. Una ola blanca recorrió el cuerpo inerte desde el ombligo hacia los extremos. La carne fláccida se desparramaba sobre la tabla, sólo contenida por la tela de la bolsa. Me persigné varias veces, en un acto reflejo.
Tomé fuerzas y comencé a seguir con la vista el cuerpo desnudo: los anchos tobillos, las rodillas como magdalenas, el pubis cubierto por delicados vellos rojizos. Estiré mi mano, aún trémula, y acaricié con las yemas la piel lechosa del abdomen, el esternón desde el que se desprendían, hacia ambos lados, dos pechos inmensos, exquisitos aún sin vida. Sobre el costado, dos hendiduras brutales, de contornos rosados.
- Una animalada: dos arponazos - dijo el muchacho, hasta entonces silencioso.
Los ojos se me llenaron de lágrimas. Con el dorso de la mano continué acariciando el descomunal cadáver. La papada, las mejillas, que habían sido alguna vez rozagantes, y tenían ahora el frío blanco del hielo.
Estaba sin aliento. Era una mujer hermosa. Pero no era mi Aura.
El ambiente intentaba parecer higiénico. Los pisos estaban lustrosos, el metal de las infinitas estanterías con cajones reflejaba a su modo las siluetas de quienes estábamos allí. El olor de los productos desinfectantes, sin embargo, no consegía ocultar los efectos de la descomposición en la carne muerta.
La sala, que había imaginado penumbrosa, brillaba en cambio bajo los tubos de neón.
Mis piernas temblaban frente a la compuerta veintitres. Hasta allí me había acompañado un joven parco, que apenas había atendido a mis explicaciones para ver el cuerpo.
Maquinalmente, casi con desdén, tiró del cajón y lo dejó deslizarse hacia fuera. La tabla se combó y pensé que iba a quebrarse, pero no sucedió, y el muchacho ni siquiera pareció inquietarse.
Una bolsa opaca cubría un bulto enorme, en el que costaba reconocer a un cuerpo humano.
Sin pausas, sin dramatismo, el muchacho corrió el cierre de la bolsa, y se retiró dos pasos. Una punzada me atravesó el vientre y tuve que apoyarme sobre la tabla para no caer. Una ola blanca recorrió el cuerpo inerte desde el ombligo hacia los extremos. La carne fláccida se desparramaba sobre la tabla, sólo contenida por la tela de la bolsa. Me persigné varias veces, en un acto reflejo.
Tomé fuerzas y comencé a seguir con la vista el cuerpo desnudo: los anchos tobillos, las rodillas como magdalenas, el pubis cubierto por delicados vellos rojizos. Estiré mi mano, aún trémula, y acaricié con las yemas la piel lechosa del abdomen, el esternón desde el que se desprendían, hacia ambos lados, dos pechos inmensos, exquisitos aún sin vida. Sobre el costado, dos hendiduras brutales, de contornos rosados.
- Una animalada: dos arponazos - dijo el muchacho, hasta entonces silencioso.
Los ojos se me llenaron de lágrimas. Con el dorso de la mano continué acariciando el descomunal cadáver. La papada, las mejillas, que habían sido alguna vez rozagantes, y tenían ahora el frío blanco del hielo.
Estaba sin aliento. Era una mujer hermosa. Pero no era mi Aura.
Comentarios
Hasta no llegar al final del relato no me animaba a asegurar si estaría muerta o no.
Pense que tal vez sí porque te habías cansado de escribir y habías decidido eliminarla. Forma muy fácil de sacarte un relato de encima aunque conociéndote, dudaba, que usted no hiciera algo si.
Hasta no llegar al final del relato no me animaba a asegurar si estaría muerta o no.
Pense que tal vez sí porque te habías cansado de escribir y habías decidido eliminarla. Forma muy fácil de sacarte un relato de encima aunque conociéndote, dudaba, que usted no hiciera algo si.
Hasta no llegar al final del relato no me animaba a asegurar si estaría muerta o no.
Pense que tal vez sí porque te habías cansado de escribir y habías decidido eliminarla. Forma muy fácil de sacarte un relato de encima aunque conociéndote, dudaba, que usted no hiciera algo si.
TENDRÉ QUE SEGUIR ESPERANDO A QUE LAS MUSAS VUELVAN A TÍ...
NO IMPORTA; PACIENCIA.... SOLO ES CUESTIÓN DE TIEMPO.- UN BESO, MIENTRAS TANTO M.A.E.
Abrazo amiguitou, y siga pasándola lindo....