Las conquistas de Valentino VII: El viejo capitan
Viene de aca.
Aquella noche, ya lejana en mi memoria, comenzaría una espiral de peripecias enloquecedoras, de apariencia onírica, que habría de cambiar la naturaleza de mis días.
Arturo, en cuyo abrazo ebrio habíamos quedado, me arrastró hacia su mesa, sin escuchar siquiera mis súplicas e incoherentes explicaciones. Me hablaba de su sorpresa al encontrarme en aquel lugar, e insistía en guiñarme un ojo y hacer un desagradable chasquido con la lengua, que en su rudimentario sistema de códigos debía significar algo acerca de nuestra estrenada complicidad.
En la mesa de Arturo, oscuro y silencioso, se hallaba sentado un hombre de cuerpo recio, envuelto en un peculiar overall de viejo marino. Una cicatriz surcaba el costado de su cara, haciendo de su ojo derecho apenas un pequeño hueco oscuro y lacrimoso. Arturo no recordaba bien su nombre, y cuando, durante la breve presentación, llegó al momento en que debía decirlo, sólo dejó un espacio vacío, que el hombre llenó con una especie de gruñido. Entendí algo cercano a Ajal.
La voz de Arturo siguió llenando los espacios de la mesa en los que no quedaban botellas vacías. No tardé mucho en darme cuenta de que Ajal tampoco le prestaba atención. El viejo, con su ojo sano, parecía estar estudiándome, mientras exhalaba el espeso humo de su pipa.
- Creo saber lo que busca, padre- dijo de pronto, acentuando burlonamente mi condición sacerdotal. Maldije la indiscreción de Arturo. - Si no me equivoco- continuó- los dos hemos estado buscando lo mismo.
Mi atención, hasta entonces adormecida, se centró en la áspera voz del viejo marino.
- Y, según usted, yo busco...
Una risa estruendosa, llena de aguardiente, explotó detrás de su pipa.
- Me gustan sus rodeos, padre.
Otra vez el acento burlón. Pero me desesperaba por que continuara hablando, era evidente que el hombre sabía algo que yo no sabía... y estaba dispuesto a soportar cualquier adversidad, siempre que el camino terminara en Aura.
- Pero no debería hacerse muchas ilusiones... - continuó- porque a esa mole blanca yo la encontré primero...- creí que se me paraba el corazón- y la envié al lugar que le corresponde.
Salté sobre la mesa, tirando a un lado la decena de botellas y vasos pegajosos, y lo tomé por las solapas del abrigo, tirando de él hacia mí. No me sorprendió saber que le faltaba una pierna... casi lo había imaginado.
- Dígame dónde está!
Otra vez su risa explotó delante de mi cara. La pipa cayó de sus labios y rodó sobre el piso oscuro del burdel. Sus palabras fueron como golpes espaciados pero contundentes.
- Sólo puedo asegurarle que es un lugar del que nunca ha de volver.
Aquella noche, ya lejana en mi memoria, comenzaría una espiral de peripecias enloquecedoras, de apariencia onírica, que habría de cambiar la naturaleza de mis días.
Arturo, en cuyo abrazo ebrio habíamos quedado, me arrastró hacia su mesa, sin escuchar siquiera mis súplicas e incoherentes explicaciones. Me hablaba de su sorpresa al encontrarme en aquel lugar, e insistía en guiñarme un ojo y hacer un desagradable chasquido con la lengua, que en su rudimentario sistema de códigos debía significar algo acerca de nuestra estrenada complicidad.
En la mesa de Arturo, oscuro y silencioso, se hallaba sentado un hombre de cuerpo recio, envuelto en un peculiar overall de viejo marino. Una cicatriz surcaba el costado de su cara, haciendo de su ojo derecho apenas un pequeño hueco oscuro y lacrimoso. Arturo no recordaba bien su nombre, y cuando, durante la breve presentación, llegó al momento en que debía decirlo, sólo dejó un espacio vacío, que el hombre llenó con una especie de gruñido. Entendí algo cercano a Ajal.
La voz de Arturo siguió llenando los espacios de la mesa en los que no quedaban botellas vacías. No tardé mucho en darme cuenta de que Ajal tampoco le prestaba atención. El viejo, con su ojo sano, parecía estar estudiándome, mientras exhalaba el espeso humo de su pipa.
- Creo saber lo que busca, padre- dijo de pronto, acentuando burlonamente mi condición sacerdotal. Maldije la indiscreción de Arturo. - Si no me equivoco- continuó- los dos hemos estado buscando lo mismo.
Mi atención, hasta entonces adormecida, se centró en la áspera voz del viejo marino.
- Y, según usted, yo busco...
Una risa estruendosa, llena de aguardiente, explotó detrás de su pipa.
- Me gustan sus rodeos, padre.
Otra vez el acento burlón. Pero me desesperaba por que continuara hablando, era evidente que el hombre sabía algo que yo no sabía... y estaba dispuesto a soportar cualquier adversidad, siempre que el camino terminara en Aura.
- Pero no debería hacerse muchas ilusiones... - continuó- porque a esa mole blanca yo la encontré primero...- creí que se me paraba el corazón- y la envié al lugar que le corresponde.
Salté sobre la mesa, tirando a un lado la decena de botellas y vasos pegajosos, y lo tomé por las solapas del abrigo, tirando de él hacia mí. No me sorprendió saber que le faltaba una pierna... casi lo había imaginado.
- Dígame dónde está!
Otra vez su risa explotó delante de mi cara. La pipa cayó de sus labios y rodó sobre el piso oscuro del burdel. Sus palabras fueron como golpes espaciados pero contundentes.
- Sólo puedo asegurarle que es un lugar del que nunca ha de volver.
Comentarios
UN BESO
M.A.E.
Besos para uste tambien, oiga.