papel


Si yo escribiese ahora sobre la gata que descansa en el techo del lavadero, si escribiera sobre su actitud contemplativa, o su desdén imperturbable - a unos centímetros de la chimenea de chapa-, los ojos que leyesen esa imagen dentro de un tiempo probablemente construirían en el vacío un lavadero más alto, o un patio más amplio, o una gata menos entrada en carnes...

El caso es que, con seguridad, la escena no tendría el espesor cotidiano, pequeño, tangible que ahora le encuentro. El desperezo del animal, o su inclinación curiosa hacia el ruido de agua en la pileta, serían fríos, distantes. Literarios.

No podría dejar de ser, condenada, una gata de papel.

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