stalingrado


Anoche estuve en Rusia. No sé cómo llegaba, ni qué propósito tenía mi estancia en ese hotel algo anticuado. Entre mesas con manteles blancos sobre manteles borravinos, preguntaba por la Plaza Roja: de golpe me había percatado de que podría conocerla. Me sacaría fotos en ella, y tendría algo extravagante que contar (¿cuántos de ustedes conocen la Plaza Roja?).
"No estamos en Moscú", me corrigió, sin severidad pero fríamente, un señor con bigotes.
- ¿Dónde estamos... San Petersburgo?
- Sí.
Quedé unos instantes pensativo y, con inseguridad, seguí:
- ¿Stalingrado?
"¡No!", gritaron casi al unísono el señor de bigotes y otro que acababa de aparecer a su lado. Uno de los dos -no recuerdo cuál- me rodeó el cuello con el brazo y, obligándome a flexionar la cintura, frotó juguetonamente sus nudillos sobre mi cuero cabelludo. Se reían. Los tres reímos, pero por las dudas no pregunté nada más.

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