cajón
Hay algo raro cuando se carga el cajón de un muerto. Hay algo raro en la gestualidad ritual de cargarlo.
Camino la entrada a la capilla sosteniendo una de las manijas. Me duele el metal en los huesos de la mano, y pienso que deberían hacer manijas distintas, más cómodas.
Tomé el cajón porque entre todos los hombres que asistimos a la ceremonia, apenas llegamos a seis.
Camino la entrada a la capilla sosteniendo una de las manijas. Me duele el metal en los huesos de la mano, y pienso que deberían hacer manijas distintas, más cómodas.
Tomé el cajón porque entre todos los hombres que asistimos a la ceremonia, apenas llegamos a seis.
Dos hombres de traje han dirigido nuestros movimientos. Dan sus indicaciones con una sutileza notable, con gestos rutinarios, pensados para resultar efectivos y distantes.
Al entrar a la capilla veo de costado varios cables amontonados, y alguna herramienta; como si hubiésemos llegado en mal momento, pienso. Noto que, sordamente, puede percibirse un olor desagradable. Alguna rejilla tapada, algo así.
Mientras caminamos hacia el frente del altar, el cura reza un padrenuestro. Escucho a mi viejo, adelante, seguir el rezo del cura. Creo que es la primera vez que lo escucho rezar. Trato de recordar otras veces, pero no encuentro ninguna.
El cura nos invita a sentarnos en los bancos. Hace dos minutos ha preguntado el nombre del fallecido (así dijo, fallecido); ha pedido permiso para referirse a él por su nombre de pila.
Desde mi lugar, en la segunda fila, se ve el ataúd mal cerrado en uno de sus costados. El breve velatorio se hizo con la tapa cerrada porque, dijeron, el cadáver estaba hinchado y despedía líquidos. Lo depositaron en una sala pequeña, con sillones de cuero claro, entre dos candelabros y bajo un crucifijo con luces azules de neón. El hermano se acercó y acarició la madera durante unos minutos. Creo que no hablaban desde hacía años. El hijo lloró, sentado a los pies del cajón. Lo hizo con dignidad, sin escándalo. Luego salieron todos de la sala y entraron los dos hombres de traje. Nos invitaron a formar el cortejo fúnebre con nuestros autos particulares.
Sentado en la capilla, ahora, veo la tapa mal cerrada, forzada. Imagino la cara del cadáver aplastándose contra la madera desde dentro.
El cura habla sus palabras de siempre. Son, evidentemente, sus palabras de siempre, aunque intente decirlas con un tono espontáneo, titubeante, como los malos actores cuando quieren parecer naturales. Lo veo sin la sotana, vendiendo lapiceras mágicas en los trenes del conurbano.
Dice que no venimos a despedir a un hombre. Lo llama por su nombre de pila. Dice que venimos a acompañarlo. Que su vida no ha terminado; que ha cambiado de forma. Ahora está en un viaje hacia dios, con quien se reunirá. Miro a mi padre y me pregunto en qué está pensando.
Detrás del cura hay dos velas. La llama de la vela izquierda tiembla, se mueve. La de la vela derecha permanece quieta. También hay un ventanal por el que se ve el parque, con palmeras. No hay cipreses.
En las dos o tres filas detrás de la mía hay algunas personas más. Un hombre mayor que no conozco permanece de pie, en la última fila del costado opuesto. No lo he visto hablar desde que llegó a la funeraria. Entre todos, no ocupamos más de cuatro hileras de bancos.
Al entrar a la capilla veo de costado varios cables amontonados, y alguna herramienta; como si hubiésemos llegado en mal momento, pienso. Noto que, sordamente, puede percibirse un olor desagradable. Alguna rejilla tapada, algo así.
Mientras caminamos hacia el frente del altar, el cura reza un padrenuestro. Escucho a mi viejo, adelante, seguir el rezo del cura. Creo que es la primera vez que lo escucho rezar. Trato de recordar otras veces, pero no encuentro ninguna.
El cura nos invita a sentarnos en los bancos. Hace dos minutos ha preguntado el nombre del fallecido (así dijo, fallecido); ha pedido permiso para referirse a él por su nombre de pila.
Desde mi lugar, en la segunda fila, se ve el ataúd mal cerrado en uno de sus costados. El breve velatorio se hizo con la tapa cerrada porque, dijeron, el cadáver estaba hinchado y despedía líquidos. Lo depositaron en una sala pequeña, con sillones de cuero claro, entre dos candelabros y bajo un crucifijo con luces azules de neón. El hermano se acercó y acarició la madera durante unos minutos. Creo que no hablaban desde hacía años. El hijo lloró, sentado a los pies del cajón. Lo hizo con dignidad, sin escándalo. Luego salieron todos de la sala y entraron los dos hombres de traje. Nos invitaron a formar el cortejo fúnebre con nuestros autos particulares.
Sentado en la capilla, ahora, veo la tapa mal cerrada, forzada. Imagino la cara del cadáver aplastándose contra la madera desde dentro.
El cura habla sus palabras de siempre. Son, evidentemente, sus palabras de siempre, aunque intente decirlas con un tono espontáneo, titubeante, como los malos actores cuando quieren parecer naturales. Lo veo sin la sotana, vendiendo lapiceras mágicas en los trenes del conurbano.
Dice que no venimos a despedir a un hombre. Lo llama por su nombre de pila. Dice que venimos a acompañarlo. Que su vida no ha terminado; que ha cambiado de forma. Ahora está en un viaje hacia dios, con quien se reunirá. Miro a mi padre y me pregunto en qué está pensando.
Detrás del cura hay dos velas. La llama de la vela izquierda tiembla, se mueve. La de la vela derecha permanece quieta. También hay un ventanal por el que se ve el parque, con palmeras. No hay cipreses.
En las dos o tres filas detrás de la mía hay algunas personas más. Un hombre mayor que no conozco permanece de pie, en la última fila del costado opuesto. No lo he visto hablar desde que llegó a la funeraria. Entre todos, no ocupamos más de cuatro hileras de bancos.
El cura habla del dolor, del esfuerzo que hay que hacer para continuar, de la misión de los que quedamos de este lado. Nos invita a quedarnos a la misa que comenzará en unos minutos, aunque nos disculpa si no lo hacemos: "el dolor cansa", dice.
Volvemos a tomar el cajón. Lo cargamos hasta el auto fúnebre.
Por un camino angosto, lleno de piedras, caminamos hasta la sala de cremación. El auto fúnebre ha ido por otro lugar, y llegó antes que nosotros. Los hombres de traje descargan el cajón sin pedirnos ayuda. Lo introducen en una sala y nos invitan a decir nuestro último adiós.
Algunos se acercan para preguntar al chofer del auto fúnebre por el camino de vuelta. Lo imagino sonriendo y diciendo, entre siniestro y torcido, que sólo sabe de caminos de ida.
Detrás, el ataúd permanece en la sala, solo. Se me hace pequeño: el hombre que ahora está dentro era corpulento.
La explicación del chofer no es clara. Un empleado del cementerio intenta ayudarlo, pero él habla más fuerte y el otro se retira.
Saludamos a los familiares del muerto. El hombre callado responde a desgano, con cierta antipatía en la mirada.
Mientras nos vamos, ya en la ruta, pienso en el cajón, en su tapa forzada y en un segundo entiendo de dónde salía el mal olor.
Volvemos a tomar el cajón. Lo cargamos hasta el auto fúnebre.
Por un camino angosto, lleno de piedras, caminamos hasta la sala de cremación. El auto fúnebre ha ido por otro lugar, y llegó antes que nosotros. Los hombres de traje descargan el cajón sin pedirnos ayuda. Lo introducen en una sala y nos invitan a decir nuestro último adiós.
Algunos se acercan para preguntar al chofer del auto fúnebre por el camino de vuelta. Lo imagino sonriendo y diciendo, entre siniestro y torcido, que sólo sabe de caminos de ida.
Detrás, el ataúd permanece en la sala, solo. Se me hace pequeño: el hombre que ahora está dentro era corpulento.
La explicación del chofer no es clara. Un empleado del cementerio intenta ayudarlo, pero él habla más fuerte y el otro se retira.
Saludamos a los familiares del muerto. El hombre callado responde a desgano, con cierta antipatía en la mirada.
Mientras nos vamos, ya en la ruta, pienso en el cajón, en su tapa forzada y en un segundo entiendo de dónde salía el mal olor.
Comentarios
La realidad y la ficción, pienso, a veces -casi siempre- vienen de la mano.
Un abrazo.
Me gusta.
Saludos.
Y hay otros, como este relato, que al terminar de leerlo uno sabe que han sido escritos de la única manera posible.
Coincido en eso con Salem (también en algunos bares).
Saludos.
Por lo demás, un día de estos, podríamos coincidir, también con Salem, en alguno de esos bares.
Un abrazo.
En cuando a realidad y ficción es cierto que a veces van de la mano, pero en muchas ocasiones la realidad de tan dura separa su mano de la ficción que prefiere continuar por su camino sola.
Ah, y si van a tomar algo a un bar, ni se les ocurra no invitarme.
Mire que estos dos pájaros van de buenitos pero no vea usted como se las gastan. XDD
Me alegró conocerlo
Me desconcierta un poco lo de XDD... ¿es algo como :), :..(, ;) y ese tipo de signos? (No deja de sorprenderme la creatividad con que se usan los signos de puntuación...).
Saludos.
Gracias a usted por dejarme entrar en su hogar cibernético.
Pues que ha sido un placer entrar en su blog y que volvere de vez en cuando porque me gusta leer y porque admiro a quien sabe escribir y emocionar con sus palabras.
Un abrazo.
Ya veo que es usted amigo de alejo y de Martin y eso tambien me guta porque yo los quiero mucho a los dos desde hace tiempo.