estafeta postal



Los pasos, sobre el ripio, cada vez más espaciados. El edificio parece abandonado. Eso al principio lo desconcierta, pero después entiende que no podría ser de otro modo.
Da una mirada más al papel amarillento, de bordes rotos. Alguna mano lo arrancó de una porción de papel mayor. Alguna mano, la misma, escribió con trazos inclinados y caligrafía anticuada, el nombre del pueblo, la estafeta postal, el número de casilla.
Atrás, el tren vuelve por la vía que lo trajo. Sólo él bajó. El roce de aceros se ha ido apagando, y ahora quedó solo con el silencio.
Sube el cuello de la campera, y camina hasta la entrada del edificio. En el bolsillo, el puño apreta el pedazo de papel. El viento sobre la espalda parece empujarlo hacia dentro. Todo lo empuja hacia allí últimamente, piensa. Sus piernas no son más sus piernas, piensa.
Podría creerse que recibió el sobre sin remitente un par de días atrás, en la mañana posterior al sueño. Pero sería más acertado decir que él llegó hasta el sobre. Cerrado, doblado por la mitad, cortando el espacio entre su nombre y su apellido, tan amarillento como el pequeño papel que contenía, parecía haber estado en el piso del departamento durante años, esperando.
Vincular el sueño -la pregunta inquietante del final, la angustia de despertar antes de tiempo- con la aparición del sobre, era casi una obviedad. Lo aceptó como se aceptan las evidencias.
Dos días después, camina lentamente hacia la puerta de madera podrida. Dentro del cuarto, un escritorio destartalado y una humedad de siglos. La cal que alguna vez estuvo en las paredes, se reparte ahora por el piso de la sala. Al fondo, dos marcos sin puertas: uno hacia cada lado del edificio. Atraviesa el de la izquierda.
Detrás de un mostrador, una veintena de casilleros con manchas de óxido. No necesita volver a mirar el papel para recordar el número. 5051. Lo encuentra abajo, a la derecha; tiene que agacharse para verlo. Está cerrado con llave.
En el lado interno del mostrador, junto a un cenicero lleno de polvo y un marco de anteojos con un solo vidrio, un manojo de llaves. Busca su número.
Abre la casilla. Tantea con la mano adentro. Toca lo que esperaba encontrar. Saca una hoja doblada dos veces. Acerca el pequeño papel del sobre a un ángulo incompleto de la hoja. Los bordes coinciden.
Con igual caligrafía, está escrita su respuesta.

Comentarios

Martín Aon ha dicho que…
Así se encuentras las respuestas.
Nada de google ni wikipedia.
Linda atmósfera.
Un abrazo, Don TresCaídas
Santiago Maisonnave ha dicho que…
O así las respuestas lo encuentran a uno... Habría que ver cuándo Don Google piensa en el asunto y se descuelga con un nuevo servicio. Ahí sí que nos deja tecleando...
Abrazo, Martín.
Consol ha dicho que…
Pues a mí me intriga. Me parece apasionante y creo que usted escribe de maravilla.

Abrazos y un besito
Santiago Maisonnave ha dicho que…
Muchas gracias, Siberia, me alegran su intriga y su apasionamiento. Un abrazo.
Erne ha dicho que…
Las respuestas me asustan.
Nunca son las que yo espero.

Es cierto, las respuestas siempre llegan de una forma misteriosa como dice Aon y tambien , y precisamente por eso, las respuestas nos encuentran como dice usted.

Yo creo que cada pregunta lleva implicita la respuesta y que si uno no quiere saber lo mejor es no preguntar.

Su blog me esta enganchando.

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