morir en una cornisa


Tenía sentido decirlo de inmediato, buscar la honestidad de lo espontáneo. Pero no pudo ser: la red no encontró no sé qué cosa de Proxy. Desde hoy que no la encuentra. Pagar, pagué. Vaya uno a saber.
Una y veintisiete en la computadora. Un poco menos en el mundo real; en la noche-silencio del mundo real: la computadora está adelantada.
María duerme en la otra habitación. Miles Davis toca en el living – lo siento, me gustaría ser menos cliché, pero faltaría a la verdad-. Don Ramón no volvió hoy. Salió herido y no volvió. Debe estar en algún techo. Estuve durante todo el día pensando en la escena de “Gitano”. La del final: él tiene una hendidura sangrante en el costado, y muere despacio. Buscó su muerte. Quiso romper el círculo, y lo mejor que tenía para ofrecer era la vida. Murió sobre una máquina ruidosa. Algo muy fabril, que no para nunca. Después, la ruta de noche.
Me pregunto si Don Ramón ha ido a buscar su muerte como el gitano. Si el universo de los gatos guarda algún lugar para historias de sangre y de revancha. Si García Lorca tendría algo que decir sobre los gatos que se matan en los techos, bajo una luna a la que lo mismo le debe importar cualquier muerte.
¿Habrá agonizado, Ramón? ¿Habrá buscado, tambaleante, un lugar para morir? ¿Habrá tenido un instante de soledad, de última soledad? ¿De paz? ¿Volverá mañana? No pensé que podía sentirme tan solo sin el gato. Así me sentí esta tarde. Solo.

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