trece horas: diez y cuarenta y uno (IV)
Viene de acá.
Va y viene. Se apoya en el ángulo de la pared, las piernas y los brazos cruzados. Algunos clientes lo saludan; muchos no.
Al fondo las góndolas cargadas, desprolijas. Jabón en polvo, papel higiénico, puré de tomates, marcas, precios. Un universo oscuro y sucio. Una atmósfera fría con luz de neón.
Hacia la puerta se achica el universo; se hace angosto como el cuello de un embudo. Toallitas, desodorantes, queso rallado. En la caja, la china. Bip, bip. Se mueve en un cuarto de vuelta. Bip, bip. Controla el flujo de gente. Gente sangre. La china es un semáforo. La china es un corazón.
Ahora la mira; sólo la mira. Intenta grabar sus gestos en la memoria, quedarse con esos rasgos finos, como de muñequita; retener alguna de las fugaces miradas que de vez en cuando ella deja caer, silenciosa e inexpresiva, sobre su rincón. Ahora sólo la mira; luego recuperará sus movimientos delicados, sus ojos rasgados, su cuerpo etéreo, y se masturbará sin pasión, casi con método, bajo un sudor verdoso de azulejos gastados. Revivirá aquellos gestos, aquella piel, aquel enigma y, como si fueran las piezas de un juego armable, las recompondrá en historias más o menos similares entre sí:
...la ponja se lame el labio de arriba mientras con una mano se toca entre las piernas...
...la ponja me pide que la coja sin parar arriba de la caja registradora...
...la ponja en cuatro patas entre las góndolas del fondo...
...se calienta chinita con el macho argentino que tiene entre las piernas un pedazo de lonja...
...a la ponja le gusta la lonja...
...a la ponja le gusta mi lonja...
...la ponja me pide más lonja.
Va y viene. Se apoya en el ángulo de la pared, las piernas y los brazos cruzados. Algunos clientes lo saludan; muchos no.
Al fondo las góndolas cargadas, desprolijas. Jabón en polvo, papel higiénico, puré de tomates, marcas, precios. Un universo oscuro y sucio. Una atmósfera fría con luz de neón.
Hacia la puerta se achica el universo; se hace angosto como el cuello de un embudo. Toallitas, desodorantes, queso rallado. En la caja, la china. Bip, bip. Se mueve en un cuarto de vuelta. Bip, bip. Controla el flujo de gente. Gente sangre. La china es un semáforo. La china es un corazón.
Ahora la mira; sólo la mira. Intenta grabar sus gestos en la memoria, quedarse con esos rasgos finos, como de muñequita; retener alguna de las fugaces miradas que de vez en cuando ella deja caer, silenciosa e inexpresiva, sobre su rincón. Ahora sólo la mira; luego recuperará sus movimientos delicados, sus ojos rasgados, su cuerpo etéreo, y se masturbará sin pasión, casi con método, bajo un sudor verdoso de azulejos gastados. Revivirá aquellos gestos, aquella piel, aquel enigma y, como si fueran las piezas de un juego armable, las recompondrá en historias más o menos similares entre sí:
...la ponja se lame el labio de arriba mientras con una mano se toca entre las piernas...
...la ponja me pide que la coja sin parar arriba de la caja registradora...
...la ponja en cuatro patas entre las góndolas del fondo...
...se calienta chinita con el macho argentino que tiene entre las piernas un pedazo de lonja...
...a la ponja le gusta la lonja...
...a la ponja le gusta mi lonja...
...la ponja me pide más lonja.
Comentarios
abrazos señor plomo negro...habrá algún nombre?
saludos.
¿Se refiere al nombre de los personajes?