trece horas: seis y once (VII)
Viene de acá.
Las farolas de la calle están encendidas. Un cono de luz cae sobre la entrada del supermercado. Poca gente. Lo bueno del invierno es que el día termina temprano.
El ruido continuado de los autos sobre el agua de la calle tiene algo adormecedor.
Trece horas, dice en voz baja y mira el reloj en su muñeca izquierda. Adentro un empleado acomoda algunas cajas vacías. Desde la fiambrería, al fondo, una radio pequeña que cuelga de un gancho canta canciones en chino. Suenan tristes. Todo lo demás es silencio; un silencio contundente, que subraya la voz aguda y extraña de la radio.
Las farolas de la calle están encendidas. Un cono de luz cae sobre la entrada del supermercado. Poca gente. Lo bueno del invierno es que el día termina temprano.
El ruido continuado de los autos sobre el agua de la calle tiene algo adormecedor.
Trece horas, dice en voz baja y mira el reloj en su muñeca izquierda. Adentro un empleado acomoda algunas cajas vacías. Desde la fiambrería, al fondo, una radio pequeña que cuelga de un gancho canta canciones en chino. Suenan tristes. Todo lo demás es silencio; un silencio contundente, que subraya la voz aguda y extraña de la radio.
Comentarios
Un placer.
Me alegra que te guste.
Un abrazo.
si pienso en un supermercado chino: lámparas de papel, gatos de plástico rojo moviéndo rítmicamente el puño, algo así como fuegos pequeños entre las verduras y las latas de atum marca patito. abrazos.