trece horas: tres y media (VI)

Viene de acá.

Las puntas sucias de las zapatillas presionan alternativamente los dos lados de una baldosa rota. La baldosa escupe su agua renegrida. Una boca. Una boca con los dientes sueltos. Una boca podrida.
La figura encorvada, replegada sobre el cajón de cervezas, es como un núcleo de fuego en el rincón de la puerta. Los ojos se clavan en el piso, en la baldosa, en el agua barrosa, en la boca podrida que balbucea desde abajo, en la garganta oscura que se abre bajo sus pies.

A dónde lleva el pasadizo de tus ojos. Qué vueltas hay que dar para encontrar un brillo, uno, que te explique.
Tiembla tu pulso. Suda la palma de tu mano, que intentás secar sobre el pantalón azul del uniforme. Mirás el piso. No ves el piso. Qué ves. Desde qué laberinto mirás.
Laten las sienes, laten, con un latido hirviente. Te inquieta.
Las manos sudan. Buscan, ávidas, la pelvis de acero. El fierro oscuro de tu pelvis, que seca el sudor de tus manos mejor que el pantalón del uniforme. Y te mecés. Encorvado y silencioso, te mecés. Te hamacás en una danza lenta de balsa a la deriva. Afuera todo es agua. Los pies no son tus pies en el agua salada que mece tu balsa. Deriva tu balsa, sobre un oscuro mar sin fondo. Tus pies desde abajo. Tus pies no son tus pies: los ves desde abajo, desde el fondo de un mar que no tiene fondo. Se acercan los pies, o vos a los pies, que no son tuyos pero están cerca. Vos, desde la deriva de tu balsa no ves que desde abajo ves tus pies, o unos pies, de otro, de quién.
Más rápido, abajo, hacia arriba, hacia los pies. Abajo sólo abismo, oscuro abismo. Te mecés, a la deriva, en la balsa que surca un abismo de agua. Desde abajo los pies parecen inocentes, ajenos a todo. Los ves más cerca; cada vez más cerca. Juegan en el agua fría de lo que para ellos es sólo abismo. Sienten el agua entre los dedos. Sentís, en tu balsa, el agua entre los dedos. Las sienes laten y te inquietan. Te avisan las sienes, qué te avisan.
Desde abajo los pies son inocentes; niños inocentes en las empedradas calles de alguna ciudad gris y lejana. Los pies se mueven dibujando círculos. Los niños juegan, en el extraño idioma de la ciudad gris y lejana. Bajo los pies un abismo frío, azul, oscuro. Sobre los niños grises de la gris ciudad, un cielo gris, frío y gris, oscuro. Bajo los pies tu rostro de afilados ojos. Sobre los niños bombas.
Ya casi llegás, abajo, a los pies que arriba sumergís en el sólo abismo que mece tu balsa. Ya casi los tocás, con los ojos afilados y la boca abierta. Retumban, laten, las sienes. Te avisan. Abajo abismo y bombas. Saltás, sobre tu balsa. La china te mira, qué mira, está caliente, seguro. Tus pies, los tuyos, laten con el mismo latido de las sienes y chorrean abismo junto al cajón de cervezas.

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