Las conquistas de Valentino I: Gordas
Viene de acá.
Me gustan las gordas. No digo pulposas, o rellenitas, digo gordas. Arriba de cien kilos. Gordas, gordas.
Me gusta sentirme chiquito entre sus brazos, perderme a los pies de una montaña, asfixiarme bajo el peso de una mole galopante. Que cada salto de la muchacha me sacuda todos los huesos, me estire las coyunturas, amenace con soltarme los tendones y hacer de mí una marioneta sin uso. Me gusta, al fin y al cabo, salir ileso.
Pero mi predilección por las gordas no es sólo física – no especialmente- : encuentro un placer inmenso, cercano a la locura, en verlas llorar.
Me gusta sentirme chiquito entre sus brazos, perderme a los pies de una montaña, asfixiarme bajo el peso de una mole galopante. Que cada salto de la muchacha me sacuda todos los huesos, me estire las coyunturas, amenace con soltarme los tendones y hacer de mí una marioneta sin uso. Me gusta, al fin y al cabo, salir ileso.
Pero mi predilección por las gordas no es sólo física – no especialmente- : encuentro un placer inmenso, cercano a la locura, en verlas llorar.
Cuando una mujer de ciento veintitrés kilos, embutida en un vestido de lycra, imagino, de un fucsia encendido, comienza a arrugar los labios y las cejas, y a emitir un particular silbidito pectoral, agudo, casi imperceptible, sé que se aproxima un momento sublime. Pronto una lágrima corre por los cachetes rozagantes, sortea las combadas comisuras de payaso triste, y se descuelga desde la curva de la primera papada hacia el oscuro, infinito canal que se forma entre los pechos enormes.
Cuando eso sucede, cuando la primera lágrima ha terminado su recorrido, las que vienen detrás son incontenibles, y sé entonces que esa mujer es mía. Que podré, si es mi deseo, decirle unas palabras de consuelo – tal vez tocarla con un dedo-, y recomponer un mundo que ella creerá igual al que segundos antes parecía perdido, pero del que ahora seré el centro, el único sostén. Después de eso, seré libre para irme cuando quiera. Porque abandonar gordas, deben saberlo, me causa tanto placer como conquistarlas.
Cuando eso sucede, cuando la primera lágrima ha terminado su recorrido, las que vienen detrás son incontenibles, y sé entonces que esa mujer es mía. Que podré, si es mi deseo, decirle unas palabras de consuelo – tal vez tocarla con un dedo-, y recomponer un mundo que ella creerá igual al que segundos antes parecía perdido, pero del que ahora seré el centro, el único sostén. Después de eso, seré libre para irme cuando quiera. Porque abandonar gordas, deben saberlo, me causa tanto placer como conquistarlas.
Comentarios
Pero cuando apareció la lycra fucsia, no pude más. Qué groso. Carita arrugada, matambre fucsia.
Demasiado para los sentimientos.
Se merece el final que ha tenido.
Es que lo estoy leyendo a saltos, o sea un capitulo de aquí , otro de allá... pero ya lo voy conociendo,ya..
Un abrazo.
Muy buena la serie.
María, sin duda hay crueldad en Valentino, pero no sé si él es consciente de eso...
Saludos a las dos.