las hormas del éxito
Son singulares, a veces, las hormas del éxito. Como los zapatos, cada hombre calza la suya.
Conocí una vez a un hombre feliz. Era feliz porque, según su horma, era exitoso. Diría que era escritor, pero en rigor no vivía de eso. Digo, entonces, que le gustaba escribir. Escribía. Alguna vez leí sus textos, y admito que no los entendí. No sé si eran buenos o malos, si lindos o feos; eran largos y, sobretodo, densos... pesados. Eso era, para él, lo importante: el sentido era un detalle, pero los textos debían ser pesados.Llegó, exaltado, un día a mi casa. "¡Soy un genio!", gritaba sin vergüenza; "¡soy un genio!". Entendí el motivo de su alegría cuando, con el rostro del triunfo irrefutable, dejó caer sobre mi mesa su último cuento, de diez kilos.
Conocí una vez a un hombre feliz. Era feliz porque, según su horma, era exitoso. Diría que era escritor, pero en rigor no vivía de eso. Digo, entonces, que le gustaba escribir. Escribía. Alguna vez leí sus textos, y admito que no los entendí. No sé si eran buenos o malos, si lindos o feos; eran largos y, sobretodo, densos... pesados. Eso era, para él, lo importante: el sentido era un detalle, pero los textos debían ser pesados.Llegó, exaltado, un día a mi casa. "¡Soy un genio!", gritaba sin vergüenza; "¡soy un genio!". Entendí el motivo de su alegría cuando, con el rostro del triunfo irrefutable, dejó caer sobre mi mesa su último cuento, de diez kilos.
Comentarios
Ya no tengo horma, pero tengo una vecina que se llama Norma y cocina unos panecillos fetén fetén.
Y andar descalzo no es tan grave si uno saborea buenos panecillos mientras lo hace.
Usted no sea zapato y súbase algo al blog, que queremos más dibujos.
Bob Patiño